“La gente no cambia”… he escuchado esta expresión incontables veces y en los contextos más variados, pero siempre dicha con la misma seguridad con la que se afirma que 1 + 1 es 2, que el tequila da unas crudas de miedo y que las lunas de octubre son las más bonitas. Sin embargo, como en los ejemplos anteriores, me niego creer ciegamente en ella. Algunos matemáticos argumentan que la respuesta a la más sencilla ecuación aritmética es en realidad complicada, les apuesto que a los jimadores el tequila les entra como agua y les sale sin consecuencias devastadoras al día siguiente y creo que la luna más bella es la que se ve con la mirada más abierta, con la persona más especial o en mi caso generalmente la de diciembre porque la veo doble, a ella misma y a su reflejo en el mar. Si me tomo el tiempo de cuestionar esta hipótesis transformada en certidumbre por la “sabiduría popular”, me parece que encuentro más argumentos para negarla que para aceptarla. Vamos poco a poco y partamos de donde empieza todo en nuestras egocéntricas mentes… en nosotros mismos. Aunque el autoanalisis tiende a ser más difícil que el juicio del pensamiento y comportamiento ajeno, hay que hacer un esfuerzo porque me parece un buen lugar para comenzar. Hace uno, dos, tres años, yo era, en esencia la misma persona que soy ahora, eso es verdad, pero hacía las cosas muy diferente, sostenía y defendia con pasión algunas ideas que hoy no me atrevo ni siquiera a decir en vos alta y me movía en el mundo de una manera distinta. Nunca hubiera creído que podía abrir mi corazón como lo he hecho, no me hubiera atrevido a dejar mi “carrera formal” para dedicarme a escribir, jamás hubiera si quiera contemplado vivir en el DF y mucho menos imaginado que me gustaría tanto. Hora de dejar el egocentrismo… Como yo, mucha de la gente que quiero ha cambiado lo suficiente para que hasta un observador casual pueda darse cuenta. Para cuidar sensibilidades voy a omitir nombres, pero entre las personas que más conozco he visto cambios dignos de novela kafkeana: amigas que juraron nunca comprometerse con el dedo anular decorado de diamantes, fresas insufribles convertidos en pachecos relajados, heterosexuales confirmadisimos felices en relaciones gay y viceversa, amigos que parecían condenados a la mediocridad con trabajos envidiables y desadaptados sociales trabajando en relaciones públicas. Disculpen, pero a mi eso me suena a cambio. Tal vez decimos que la gente no cambia porque nos da miedo cambiar nosotros, porque como dicen las abuelas “mas vale malo por conocido…” y ¿qué puede ser mas aterrorizante que no reconocerte a ti mismo?. La verdad es que el cambio es parte de la naturaleza humana, todo lo que somos, desde nuestro útil pulgar oponible, hasta los millares de neuronas capaces de formar infinitas conexiones en nuestro cerebro, son producto del cambio… y… si somos cambio… ¿como podemos asegurar que “la gente no cambia”? Yo quiero creer que todos somos flexibles, que se pueden elegir diferentes caminos, que se vale modificar nuestras opiniones, que se puede escojer, equivocarse y rectificar, por que en esto esta la esencia del cambio. Tal vez lo que pasa es que soy una indecisa que no se compromete con nada, que desecha y recicla ideas con cada nueva estación… si, es posible… pero también existe la posibilidad de que se sea necesario hacer una fe de erratas en la más inflexible de las expresiones populares.