El pánico es una cosa muy curiosa, el pánico colectivo es como una película muda.
A mi muchas cosas me dan miedo, pero el pánico es una experiencia que guardo para esos instantes improbables en que creo que he perdido la cartera antes de sentir su superficie lisa al fondo de la bolsa o que me confundo de fecha y pienso haber olvidado el cumpleaños de mi padre, antes de recordar que lo que se me paso fue su santo (que es un par de días antes y bastante menos importante). Con mi tendencia al miedo común y controlado el pánico pandémico que se vive hoy en México (¿en el mundo?) me resulta sorpresivamente entretenido. Claro que no me entretienen las muertes, los hospitales en cuarentena, las medicinas escasas y el hecho de que como siempre la gente que en realidad esta pasándola peor es la que tiene que seguir tomando metros y camiones para ir a trabajar, que depende de los servicios de salud públicos para recibir atención medica y a quienes si cierran los superes tres días, sin un peso ahorrado no les alanza para comprar por adelantado. Lo que si me entretiene son las personas que llevan encerradas en sus casas desde el viernes pasado, pegados a los canales de noticias, llamándose unos a otros cada 33 minutos para comentar cualquier adelanto insignificante que se muestra en la tele y que mandan a sus choferes a hacer compras de pánico como si esto en lugar de ser una epidemia de influenza fuera un brote del virus del comedor compulsivo… que alguien me diga ¿qué van a hacer después con todas esas latas de atún?
Parece que en esta pandemia potencial existen dos posturas, la primera es la de pánico, que es por supuesto un lujo reservado para quienes la preocupación es un entretenimiento que produce un excitación generalizada, comparable solo con una noche de copas, un día de compras compulsivas o unas cuantos encuentros extramaritales. La segunda postura es adoptada por la gente que con o sin virus de la influenza porcina, tiene que seguir trabajando como si nada, parados en un mercado o en una fábrica, rodeados de miles de personas que podrían estar contagiadas. Ellos le rezan a la virgen, se toman dos cervezas y se las arreglan para encontrar la única estación de radio que en lugar de noticias sigue programando cumbias y rancheras. Yo y otros cuantos no hemos podido todavía elegir una postura, ninguna es demasiado atractiva, así que nos conformamos con ver este curioso panorama como si fuera una película muda, callada las verdades, tartamuda de prospectos, silenciada de consecuencias, enmudecida con cubrebocas.
Besos de lejos, que los normales están prohibidos