Como la mayoría de los estudiantes que ya terminaron la secundaría, llevo unos años cultivando una importante y probablemente justificada fobia al ensayo (o a lo que los profesores suelen entender por ensayo). No es que no me guste escribir (lo cual ha estas alturas debe quedar bastante claro), es más bien que mi tendencia a la polaridad no termina de entender a este hibrido literario que no es ni una investigación formal, ni un espacio libre para llenar con opiniones personales. El ensayo es el patito feo de las tareas, para hacerlo no sirve ni el copy-paste de Wipkipedia (Encarta en mis tiempos), ni la muy personal y subjetiva inspiración adolescente de una de esas eternas tardes de martes.
Solo de un tiempo para acá he empezado agarrarle gusto a los ensayos, y lo he hecho con la discreción y cautela con la que se trata un vicio potencial que nos juramos durante años nunca adoptar. Como un vegetariano cuando descubre cuanto le gusta McDonalds o un profesor de literatura la primera vez que cae en sus manos un Harry Potter, me doy excusas a mi misma: lo leo porque me lo recomendaron, porque me gustó la portada, porque la autora tiene mi edad o porque no encuentro la novela que me tiene picada… el punto es que por una cosa o por otra últimamente me he encontrado, mucho más frecuentemente de lo que estoy lista para admitir, leyendo ensayos.
Uno de mis favoritos, el cual tengo hace años pero nunca me había atrevido a tocar es “Un Cuarto Propio” de Virginia Woolf. En uno de sus muy frecuentes y aun más acertados arranques feministas, Woolf se basó en una serie de conferencias que había dado en dos de los Colegios para mujeres de Cambridge y formuló una simple y hasta ahora irrefutable teoría: “para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio” o en sus propias palabras, que son en mi opinión, por alguna razón incomprensible, más precisas: “a woman must have money and a room of her own if she is to write fiction”.
Yo tengo un cuarto propio (dos técnicamente), tengo tiempo, disposición, ideas y entusiasmo… de lo que no tengo tanto es dinero. Cuando empecé a trabajar formalmente hace unos meses me encontré con una situación que Woolf no había previsto: a menos de que tengas un fideicomiso o un mecenas, para tener dinero y un cuarto propio hay que trabajar (bastante), lo cual usualmente toma tiempo (mucho) y desafortunadamente también energía y vividez tanto mental como creativa (todavía más). Así es que cada noche vuelves a tu maravilloso cuarto propio, con importantes cantidades de dinero en la bolsa y… absolutamente ningunas ganas de escribir. Si por el otro lado no trabajas, la mente, descansada y creativa, esta demasiado estresada por la falta de dinero y consecuentemente de cuarto propio para poder siquiera pensar en sentarse a escribir.
A pesar de mis conflictos teórico-practicos con la propuesta de Woolf, ésta sigue siendo uno de los pilares en los que baso mi futuro personal y profesinal, con tan sólo una enmienda: para escribir novelas, una mujer debe tener dinero, tiempo y un cuarto propio. Tal vez escriba un ensayo al respecto...
Besos