lunes, 30 de noviembre de 2009

Lágrimas


En estos días he llorado mucho, habrá quien diga que he llorado porque quiero, que me metí hasta las rodillas en un charco de lágrimas por mi propia voluntad. Probablemente es cierto, podría haber abierto un paraguas de negación y de fingida ignorancia ante las lloviznas de lágrimas que por momentos me sorprendían, hubiera podido seguir por el camino fácil, por el camino seco y hubiera estado bien... por un rato más. Quiero creer que hice lo correcto, me trato de convencer todo el tiempo de que tengo que ver más allá del presente empañado de llanto… Sospecho que algo tengo que estar haciendo bien, porque entre el sabor metálico de las lágrimas de miedo, el amargo de las de arrepentimiento, el ácido de las de culpa y el profundísimo sabor salado de las lágrimas de dolor, de vez en cuando pruebo una lágrima dulce, una que me hace pensar en lo que viene, en que después de tanto llanto las cosas van a estar mejor y que ninguna de las lágrimas lloradas habrá mojado el cachete en vano.

Les dejo un poema de Oliverio Girondo, que aparentemente era un experto en lágrimas, me pregunto a que le sabían a él la suyas.


Llorar a lágrima viva...

Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

domingo, 15 de noviembre de 2009

Olores


Hace ya 5 o 6 años, hubo unos meses en los cuales pasé la mayor parte de mi tiempo estudiando las estructuras, funcionamiento, y como soy una ñoña, también los detalles más curiosos y probablemente irrelevantes del sistema nervioso. Con la excusa de tener clases y laboratorios de neuro, me obsesione (las obsesiones justificadas son mis favoritas) con el como, cuando y porque me pasaban las cosas por la cabeza. Evidentemente seis años más tarde, estos detalles se han escapado de mi mente para dejar lugar a cosas más prácticas del tipo de cómo pagar mis impuestos, mandar mensajes de texto mientras manejo y desmaquillarme sin que me entren pedacitos de algodón a los ojos… en resumen no me acuerdo de casi nada. Una de las pocas cosas que la rutina no ha sacado a patadas de mi mente tiene que ver (nada sorpresivamente) con una de mis obsesiones (tal vez no tan justificada) más importantes, los olores.
El resumen simplificado, que no he simplificado por subestimarlos, sino porque ya no sería capaz de explicarlo de manera más completa, es que los centros olfativos a nivel neurológico se encuentran en lo que se conoce como “cerebro reptil”. Este desafortunado nombre, se refiere a la parte más primitiva del cerebro, en la cual tienen lugar los procesos más básicos y por decirlo de alguna manera “animales” del sistema nervioso.
Cuando los seres humanos no éramos más que una manada de changos con aires de grandeza, el bulbo olfatorio, localizado en la parte más profunda del cerebro, la cual todavía no se cubría de la gran cantidad de corteza que hoy nos hace tan complicados, ya era una finísima herramienta de supervivencia. Además de usar el olfato como el resto de los animales, en los humanos, éste forma parte del sistema límbico, que es el responsable de regular las reacciones que determinan nuestra vida emocional y afectiva. En pocas palabras el olfato humano esta diseñado para responder emotivamente a los estímulos que recibe de medio. Aunque en su momento esto debe de haber sido muy útil para generar respuestas afectivas entre miembros de los mismos grupos (favoreciendo la formación de lazos y conjuntos sociales), además de generar una que otra reacción de repulsión emocional ante olores desagradables u ofensivos (librando a dos que tres homo habilis de una indigestión por comer cosas putrefas), a mi el día de hoy los saltos de corazón generados por olores me parecen más bien limitantes y poco practicos.
El problema está en que cada persona deja su olor grabado en tu memoria, mucho tiempo después de que se apagaron los sentimientos que un día te hicieron sentir ganas brincar con la sola mención de su nombre. Olor a Hugo Boss mezclado con sudor preadolescente de mi novio de secundaria, olor al probador de Victoria’s Secret donde trabajaba la primera niña con la que salí, olor a mota con chicle de unos besos robados entre clases, a cigarro con vino tinto en un departamento de Paris, a shampoo para chinos con crema de cuerpo, a coca cola light calentada en el sol de la playa, a ramos de rosas compradas por culpa, a café con leche, a incienso y frío, a sal en la piel, a piel conocida, a piel dulce y olor a perfumes, perfumes que me asaltan de repente cuando abro un cajón, cuando entro a una tienda, cuando me pongo un suéter viejo, cuando saludo a mi mejor amiga… y con cada respiración cargada de olor pesado de recuerdo y sentimiento a mi se me descomponen los latidos y me fallan las piernas… así que a menos de que tener micro infartos sea beneficioso de alguna manera para mi supervivencia, me parece que estaría increíble que nuestro tan famosamente adaptativo sistema nervioso central pusiera al olfato a evolucionar, pero ya.