miércoles, 24 de noviembre de 2010

“Del amor y otros Demonios”



Mucho tiempo antes del leer acerca de los insomnios de Macondo y las soledades del Coronel me encontré sin querer en una biblioteca con el que es hasta el día de hoy mi libro favorito de García Márquez, “Del amor y otros demonios”. Su titulo me pareció a los trece años misterioso, casi sugerente, en retrospectiva creo que adivine en él matiz cavernoso y placenteramente tortuoso con el que ya mas madurita me he encargado de “sazonar” mis relaciones interpersonales. A pesar de que la trama llena de buenas intenciones traducidas en pésimas consecuencias me encanta (también me identifico), es el titulo de este libro el que realmente para mi cuenta una historia…

Desde el día que nos conocimos Sofía me hablo de sus demonios, demonios que fueron en su momento invencibles, traicioneros y mutantes, demonios aparentemente inmortales. Los suyos eran monstruos hechos y derechos, fantasmas dormitando a flor de piel, esperando a que bajara la guardia para convertirla en diablo, para obligarla a desandar lo andando, a hacer lo impensable. Éramos amigas, su historia plagada de infiernos no me asustaba demasiado.

Yo le hable menos de mis demonios, tal vez porque no los conozco de tan de cerca o porque siempre han sido de estrategias más sutiles, de misiones menos claras. Donde la suya ha sido una guerra de leyenda, la mía ha sido una moderna guerrilla sin cuartel.

Con cada día que pasa nos hemos ido enamorando más, ella de mis palabras y mis bromas constantes, yo de su risa fácil y la sencillez de sus formas. He dejado de imaginarme mi vida sin sus manos, su brutal honestidad, sus ojos color mostaza y su discurso atropellado. Dice un dicho sabio (como todos los dichos) que “siempre hay un roto para un descosido” y parece que con Sofía cuando yo me quedo corta a ella siempre le sobra tela de donde cortar.

Desde el principio me quedó muy claro que la manera tan natural en la que nos “complementamos” (entrecomillado para no usar un cliché así grande tajantemente) es valida para todo: para mis obsesiones y sus sobresimplificaciones, para mi aberración al volante y su complejo de Schumacher, para mi prisa y su calma. Sin embargo, no fue hasta hace poco que me di cuenta que en otro nivel, mucho más oscuro y alejado de los increíblemente cursis pensamientos compulsivos que me inspira nuestra relación, Sofía y yo también nos equilibramos. Nuestros demonios están tan hechos el uno para el otro como nuestras mentes, nuestras neurosis y nuestros corazones. Para mi masoquista Leviatán de mar de lagrimas, esta su sádico Lucifer de cuernos y trinche.

Durante meses pensé haberme arrepentido de escuchar tanto acerca de sus infiernos hechos a mano, creí que había sido una pésima idea dejar que me enseñara lo peor sin cerrar los ojos cuando había tenido tan poco tiempo para ver lo mejor. Tuve miedo de que para siempre su sus monstruos fueran nuestros fantasmas; pero la honestidad como suele hacerlo trajo sus recompensas sin prisa y ahora conocer a sus demonios tan íntimamente me da más de lo que me quita. Como dice el libro que me inspiro todos estos pensamientos endemoniadamente rebuscados “a veces atribuimos al demonio ciertas cosas que no entendemos, sin pensar que pueden ser cosas que no entendemos de Dios.” Con perdón de García Márquez, como yo no creo en el Dios inquisitorio de su historia voy a cambiar un poco su idea para decir que “a veces atribuimos al demonio ciertas cosas que no entendemos, sin pensar que pueden ser cosas que no entendemos del Amor” (con mayúscula deificante puesta a propósito).

*Y aunque el amor por su cualidad de infinito nunca termine de conocerse, conocer a tus demonios y amarte más que nunca se acerca bastante.