lunes, 27 de julio de 2009

...si te labra prisión mi fatasía.


Hace mucho tiempo, antes de que germinaran en mi las semillas de la incomodidad, la pena y el miedo al ridículo, participe en un concurso de oratoria. Me imagino que tenia unos 6 o 7 años y por alguna razón, probablemente que hablaba como perico y usaba palabras demasiado rimbombantes para mi edad, fui elegida para representar a mi grado declamando un poema de Sor Juana (cuya poesía era el tema del concurso). Me tomo semanas aprenderlo, por las tardes lo cargaba en una hojita gastada y se lo leía a cualquier pobre desafortunado que se dejara y por las noches me dormía escuchando una grabación de mi propia voz repitiéndolo una y otra vez, porque alguien me había dicho que esa era la mejor manera de aprenderse algo de memoria. No me acuerdo muy bien del día de la competencia, sólo se me quedó grabado que un niño (quien más tarde resultaría ser el ganador) gritó y lloró mientras declamaba no sé que poema de amor no correspondido. A mi me pareció que el niño se veía completamente ridículo arrastrándose como perro atropellado por el escenario y experimente por primera vez la pena ajena. Después de esto asocie inconscientemente los escritos de Sor Juana con el niño/perro atropellado y la omití por completo durante muchos años, incluso cuando mi amor por la poesía ya me hacia comprar libros de versos que escondía en mi closet para que no fueran encontrados por mis amigas de la prepa. Cuando iba en la universidad descubrí por casualidad, impresa en una pulsera promocional de una librería, la ultima frase de “Detente, Sombra” uno de los poemas de enamoramiento masoquista que son la especialidad de alguien que por voluntad propia se caso con Dios teniendo alma de mujer de mundo. A partir de ese momento caí rendida en los brazos de la monja, porque yo, aunque decida casarme con el mundo, de alguna forma siempre tendré alma de masoquista. Les dejó el poema que aunque no me encanta es preludio de la frase que más amo.

DETENTE, SOMBRA
Sor Juana Inés de la Cruz

Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para que me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:

que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importaba burlar lazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

viernes, 17 de julio de 2009

Males necesarios


En esta vida hay una infinidad de males necesarios, el dentista, la pubertad, el tráfico, los aeropuertos, el ginecólogo, Dios mío el ginecólogo. A pesar de que todos ellos implican muy malos ratos (o muy malos años en el caso de la pubertad), tienen en común el hecho de servir un propósito. Evitar los dolores de muela, convertirse en adulto, llegar a donde queremos ir o asegurarnos que no nos vamos a morir de cáncer cervicouterino antes de llegar a la menopausia. De cierta manera estos males necesarios se vuelven cosas que hacemos sin pensar demasiado, sin torturarnos más de lo necesario, enfocándonos en el resultado final. Desafortunadamente también hay males que a pesar de ser necesarios no son en lo absoluto beneficiosos a largo plazo, para mi el peor de ellos por su frecuencia e intensidad (de enojo potencial), es el inevitable valet parking. En una cuidad que ralla los 9 millones de habitantes, los cuales manejan casi 4.5 millones de coches, encontrar un lugar para estacionarse en algunas zonas es igual de probable que conocer al Ratón de los Dientes, tomarse un café con Santa Claus o comerse en estofado al Conejo de Pascua. Si se quiere ir a lugares lindos a horas deseables, esta maldición disfrazada de servicio termina por convertirse en una constante. El problema no es darle las llaves de tu auto a un extraño que se comerá los chicles que guardas en la guantera, moverá los asientos y espejos, jugará arrancones en el semáforo y probablemente dejará las ventanas abiertas con la radio prendida para escuchar el partido… no ese no es el problema… lo que hace que brote la bilis y salgan las lagrimas de coraje es el hecho de que en el proceso le va a dejar su firma a tu vehiculo, la cual desgraciadamente viene en forma de profundos y muchas veces irreparables rayones.
A mi me regalaron un coche en Octubre, tiene unos 9 meses y en este tiempo los valets han logrado hacerle una serie de heridas muy curiosas: cuatro líneas paralelas en la puerta del copiloto que parecerían ser producto del zarpazo de un tigre, un pequeño hoyo en la defensa en donde según mis suposiciones fue mordido por una piraña, una abolladura en la parte de atrás en forma de casco de caballo, y la más curiosa de todas, un raspón en el marco del espejo retrovisor formado por una serie de puntitos simétricamente distribuidos que no puede provenir más que del impacto con un puercoespín enojado. Una amplia gama de pruebas de que en efecto vivimos en una jungla de asfalto… y cada vez que descubro una nueva marca en el coche, que se me empaña la vista de enojo y que siento como el jugo gástrico me quema el estomago, me pregunto si vivir aquí es realmente un mal necesario, porque los probables beneficios a largo plazo, son en el mejor de los casos sólo eso… probables.

jueves, 2 de julio de 2009


Hoy siento la necesidad de escribir algo trascendente. Que triste es cuando la necesidad, la voluntad y la capacidad no se ponen de acuerdo. La más fatal discordancia.